lunes, 8 de agosto de 2011

Deutschland dominiert wieder

Hola Lector(es) y/o Lectora(s),

Reconozco que llevo una temporada obcecado con Alemania. Es lógico que, en época de crisis, miremos más allá de nuestras fronteras en la búsqueda de un referente claro de cómo abordar y superar unos momentos económica y socialmente complicados. Pero el país más cercano en el que nos podemos comparar (emmillarar quedaría mejor) es, para mí, un mar de dudas y suspicacias.

No comprendo qué busca Alemania. No entiendo cómo un miembro preferente de la Unión Europea puede llevar a cabo políticas tan perjudiciales para con sus socios sudeuropeos, y más aún, qué pretende con tales políticas, más allá de su propio beneficio económico a corto plazo. ¿Qué gana Alemania con una Europa financieramente endeble, económicamente débil y con su prestigio bajo mínimos? ¿Qué obtiene Alemania de cargarse el euro y, quién sabe, obligar a los países sudeuropeos a crear una moneda diferente a la actual y mucho más inestable?

Si alguno tiene la oportunidad de leer las memorias de Winston Churchill, publicadas bajo el nombre de "La Segunda Guerra Mundial" y cuya redacción mereció para el Premier británico el premio Nobel de Literatura en 1953, gozará de una nueva perspectiva sobre la raza germánica. En estas memorias, Churchill repite una y otra vez "la necesidad de extirpar definitivamente a esa fuerza oscura teutona", "la bélica Prusia debe ser confinada, recluida y constantemente vigilada bajo un mandato internacional" o "Europa no florecerá en paz si se deja nuevamente renacer de sus cenizas a una derrotada Alemania".

Suya fue la idea de dividir a Alemania en cuatro zonas de ocupación (tres en un principio, puesto que no se contaba con la participación francesa), y que tales divisiones perduraran en el tiempo para impedir una unificación germana que volviera a incendiar Europa.

 ¿Una Europa sin Alemania?

Sin embargo, los acontecimientos posteriores a 1945 abocaron a una guerra de bloques entre los soviéticos y los occidentales, y cada área de influencia comenzó a tratar a sus zonas alemanas ocupadas no como enemigos sino como aliados. De aquí el plan Marschall, la unificación de las zonas inglesa, estadounidense y francesa en una sola Alemania Federal, la mítica frase kennedyniana "Ich bin ein Berliner"...

Alemania, bajo el paraguas protector de sus antiguos enemigos, volvía a renacer y en pocos años retomaba el liderazgo económico de Europa. Pero algo debió cambiar para que el antaño "peligro teutón" fuera aceptado con los brazos abiertos por naciones y países que, pocos años antes, habían sufrido el yugo alemán en sus propios territorios.

Tres fueron las contraprestaciones alemanas para su plena integración en el mundo occidental. La primera medida fueron los juicios de Nüremberg, un proceso inédito donde fueron condenados a muerte la gran mayoría de miembros destacados del gobierno y ejército nazi. El segundo, igualmente doloroso para el pueblo alemán, fue la renuncia perpetua a los territorios germanos perdidos después de la guerra; no cabría en el futuro ninguna reclamación territorial sobre Austria, Polonia, Prusia, el sur de Dinamarca, la Alsacia y la Lorena francesas, los sudetes checos, etcétera. Alemania perdía más del 30% de su ancestral patria, y para siempre.

El tercer punto es el que me produce mayor desasosiego. Mediante el esfuerzo propagandístico del propio gobierno alemán, y gracias a una muy eficaz campaña de reeducación, se pasó de 60 millones de alemanes, más o menos simpatizantes con el movimiento nazi, a una masa igualmente numerosa de germanos avergonzados y arrepentidos de su propio pasado. Se cambió la mentalidad de un pueblo entero y se plantó la semilla de la infamia en su propia historia. Y así hemos llegado hasta hoy.

Sorprende ver cómo actualmente cualquier referencia al período nazi en Alemania se ha convertido casi en un tabú. Pero no en el sentido que los aliados de entonces hubieran preferido; en vez de extirpar de la mentalidad alemana los fines últimos de conquista europea, se ha reeducado a la población para que abjuren de los métodos empleados por los nazis. Pero el objetivo último, ese mandato del destino que las grandes naciones conservan y hacen perdurar, continua intacto. Alemania, ahora como entonces, cree que debe liderar Europa. Cree, en definitiva, que son mejores que el resto de europeos. Y no se equivoque el lector, no acuso a los germanos de ser xenófobos o racistas. Es el subconsciente alemán el que marca esta tendencia, como el subconsciente catalán cree ser mejor que el resto de españoles.

Alemania no es una amenaza  militar para el resto de europa, claro está. Pero no nos equivoquemos; los alemanes anhelan (como haría cualquiera en su situación) volver a controlar Europa entera. Y harán lo (civilizadamente) posible para conseguirlo. Caiga quien caiga, sea Italia, España, el euro o la propia Unión Europea. Y lo peor, es que tiene todas las cartas para ganar la partida, y a nosotros no nos quedá ni un comodín. Pintan bastos para Europa, y pintan oros para Alemania.

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