martes, 18 de enero de 2011

La encrucijada de las 17

Hola Lector(es) y/o Lectora(s),

La crisis financiera no ha hecho más que acentuar otra crisis que veníamos arrastrando desde hace años: la crisis política. Con una opinión pública (u opiniones) cada vez más alejada de la casta gobernante, el descrédito se acelera y Túnez nos parece más cercano, salvando, como no, las distancias mediterranias.
Dentro del pack de la tontuna política, quienes sufren peores males de cabeza no son otros que los dirigentes del Partido Socialista. Están totalmente desorientados (más que el propio país), dando tumbos mientras cavan sus tumbas (políticas). Son, por así decirlo, como un extra malo de The Walking Dead en los pasillos del Congreso.

Pues bien, ahora ZP, ese hombre capaz de opinar lo contrario, lo inverso, y de nuevo lo opuesto en tan solo cinco minutos de reloj, se ha apuntado a esta nueva moda de la meseta en culpar de los desmanes de la crisis a las autonomías, tendencia iniciada por El Mundo, la Zorra de España y sus secuaces, seguida de cerca por el Partido Popular. Sí, ZP, el hombre de la España plural, el Presidente que dijo que el concepto de nación española era relativo, el que prometió apoyar el estatuto. ZP, como cuando recorta gasto social siendo socialista, se encumbra en el paradigma de la crontradicción y proclama: ¡Ojo! ¡España una y no 51!

Hace ya unos treinta años, después del golpe de estado del 81, se intentó una recentralización del estado en detrimento de las recién creadas autonomías, la conocida como LOAPA (o LOHPA en catalán), ley bendecida tanto por el PSOE como por UCD. En esa época, ironías de la historia, fue el Tribunal Constitucional quién paró los pies al Gobierno para gran alivio de las Españas periféricas: se abortó una borbonada en toda regla, una involución autonómica. Fue una encrucijada en el camino, que pudo haber sido de otra manera bien distinta.


De nuevo, vemos como tanto la izquierda como la derecha (y la extrema derecha) pretenden recortar competencias en busca de un cabeza de turco, como si las autonomías fueran las culpables de algo. ("No se pueden tener 17 defensores del pueblo, ni 17 presidentes..." dicen, como si el número 17 fuera ya de mal agüero, el número del diablo, o peor, el número de la crisis financiera). Pues, ¿sabéis qué? Voy a rebatir estos argumentos con una sola frase: el Gobierno Central gasta el 20% de todos los impuestos recaudados, mientras su deuda representa el 60% de toda la deuda de todas las administraciones. O lo que es lo mismo: el Gobierno Central se queda con un de cada cinco euros recaudados para sus competencias, pero casi 2 de cada 3 euros que el Estado debe corresponde al Gobierno Central. O sea, que quién derrocha es la Administración estatal. Quizás sí que deberíamos reformular España, sí... pero hacia otro lado.

Pero no se convencerá la meseta de tal cosa, no. Ellos creeran fervientemente que la culpa es de las autonomías. Pero no las suyas, no, la culpa no es de Madrid, o de Valencia, o de Andalucía, o La Rioja. La culpa es de la madre de todas las autonomías: Catalunya. Ella es el objetivo prioritario, y hacia ella van las advertencias. No era suficiente el recorte del TC, ni la financiación "solidaria" que nos ha llevado a emprestarnos. Ahora la amenaza viene por ley.

Y mientras, aquí pelamos la pava. Artur I, el guapo, Príncipe Encantador, les advierte: "sobran autonomías, pero no la nuestra". Si no hay concierto, adiós música. Si hay recorte, adiós España. La encrucijada de las 17 promete ser apasionante.

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