lunes, 13 de diciembre de 2010

Se vende alma

Hola Lector(es) y/o Lectora(s),

El Barça ha sido un club diferente al resto: fundado entre guiris y autóctonos, pronto se asoció con un aire de modernidad y rebeldía, propio de la Barcelona bohemia del primeros del siglo XX. En plena dictadura de Primo de Rivera, el campo de Les Corts fue cerrado durante medio año por silbar el himno español (y aplaudir el himno británico, incomprensiblemente), y la junta directiva fue obligada a dimitir.

Al principio de la Guerra Civil, el presidente de entonces, Josep Sunyol, fue fusilado por unos falangistas, cuando éste iba por la carretera de Madrid a La Coruña y se perdió por la sierra de Guadarrama. Cuando ganaron los franquistas, impusieron a un seño marqués, franquista y veterano de guerra, ajeno de siempre al Barça, como presidente ocupante, con órdenes expresas de controlar (deportiva y políticamente) al club culé. Empero, en una de las metamórfosis más sorpresivas del fútbol (como cuando Figo se hizo del Madrid), de falangista se convirtió en culé acérrimo, hasta el punto de dimitir por dos veces, indignado por las descarada injerencias y aberraciones que la Dictadura cometía contra el Barça.

Durante todo el franquismo, nació y creció el antagonismo entre el equipo del Gobierno y el equipo de la oposición. En esa época, los afines a Franco eran de Falange, llevaban bigote y eran merengues; por contra, los opositores se hacían del Partido Comunista, se dejaban patillas y melenas y eran culés. El caso del fichaje de Di Stéfano, a todas luces esperpéntico, no hizo más que avivar tal confrontación.

El Barça, antes de ser més que un club, ya era pionero social y deportivamente: primer club en hacer partidos solidarios, primero en poner en funcionamiento un museo del deporte, líder en número de secciones deportivas, tanto amateurs como profesionales, dueño del estadio más grande de Europa, modelo de cantera y de fichajes de primer nivel... y, todo ello, sin dejar de ser patrimonio de los socios, sin rastro de publicidad en su nombre, enseña o camiseta.

Motivo de orgullo para la culerada era ver cómo sus rivales, incluso los más directos, iban cayendo en la tentación de volverse sociedades anónimas, mientras que el Barça continuaba, a pesar de sus crisis y derrotas, con unos ideales que le obligaban a no tener ni una mancha, ni una mácula, ni una marca en su sino. En definitiva, a no vender su alma al mejor postor.


Pero la historia, tozuda ella, se empeña en demostrarnos lo contrario. Se empezó, sin que nadie pusiera el grito en el cielo, llevando el logo de TV3 en la manga de la camiseta. Más tarde, en el primer año de Laporta, todas las secciones menos el fútbol (es decir, las "no rentables") comenzaron a llamarse "Borges" o "Regal" y solo a apellidarse "Barcelona". Y nadie se rasgó las vestiduras. Por último, y después de los sustos de Pekín 2008 o Betandwin, Unicef fue la encargada de enturbiar con su firma la inmaculada camiseta culé, aunque los dirigentes barcelonistas se escudaron en que no se cobraba ni un duro. Gratis, oye! Es que somos tontos de primera división.

Mucho ha tardado el ávido empresario Rosell, máster de samba y caipirinha, en eliminar a Unicef (o arrinconarla en una manga, en un fleco o en la arruga de planchar, que para el caso es lo mismo) y substituirlo por algo casi, casi, casi tan solidario: la Fundación Catar (aviso a los niños de la E.S.O.: no es una fundación de cata de vinos o quesos, o derivados, es una fundación de un país llamado Catar, que está en Oriente Medio, o en medio de Oriente, si os es más fácil de situar. Antes se escribría con "Q", pero ahora no, porque la RAE manda).

Y para todos aquellos que tengan la E.S.O., o no: Catar no es una democracia, si no una Monarquía Absoluta. Por mucho que Guardiola, el nuevo dios de la parroquia culé, diga lo contrario, y por mucho que ese país organice un Mundial. Si hemos tenido que traicionar nuestros ideales, nuestra esencia, es porque la situación económica debe de estar francamente mal, a pesar que deportivamente estemos mejor que nunca (esto indica que algo no se ha hecho bien, verdad?).

30 millones de euros cada año por dejar de ser diferentes, por eliminar la única característica que nos diferenciaba del resto, que nos hacía poder mirar a nuestros rivales por encima del hombro. 30 millones de euros por nuestra alma. ¿Dónde se tiene que firmar?

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