jueves, 15 de julio de 2010

Solo somos un número

Hola lector(es),


Tal vez alguien (por ejemplo, yo) se haya preguntado porqué la dirección de este blog (de momento, no llega a blog...) son dos letras y cinco números. La explicación es sencilla: la identificación de un individuo dentro de un colectivo.

En el principio de los tiempos (me acuerdo como si fuera ayer), el homo sapiens (o similar) vivía en un núcleo tribal bastante reducido (familia, se diría con el tiempo). En esa primigenia sociedad, la necesidad de diferenciarse de otro ser humano era prácticamente nula: no existían (suponemos) los nombres de persona, y poco hacía que se ponían nombres a las cosas animadas o inanimadas que les rodeaban ("le vamos a llamar... ciempiés!").

Conforme estos núcleos fueron engrandeciéndose, se impuso la necesidad de clasificar y tipificar las personas (siempre hemos sido unos animalitos muy ordenados, los humanos), nombrarlas en ausencia o recodarlas tras la muerte. Ahí nació la toponimia.

Pero, claro, seguíamos creciendo, migrábamos, nos asentábamos, nos reproducíamos... hasta el punto en que un nombre pertenecía a más de un individuo. Entonces se dijo: ¿cómo diferenciarlos? Fácil; digamos de quién es hijo (Aragorn hijo de Arathorn!) o de dónde viene (Lisímaco de Tracia, o del pueblo de la madre de Carmen Rigal...).

Los romanos, gente muy copiona, aunque sus copias eran de mejor calidad (no como los chinos de ahora...) adaptaron de los decadentes griegos la idea, y crearon el nomen, el cognomen, la gens..., aunque, eso sí, sólo para los patricios. La plebe sólo tenía nombre y, como mucho, apodo. Pero, claro, la incorporación de un segundo nombre (el apellido) ya se había consolidado.

En la edad media, incluso la peble (los payeses, vamos) comenzaron a llevar también apellido (ya fuera por oficio, por mote, por procedencia, etc.), y, poco a poco, se estableció, al quedarse cortos de nuevo, un segundo apellido.

Ya es en la edad moderna cuando la "burrocracia" ve que tanto nombre es un lío, e incluso, al depender de la escritura, es susceptible de tener un mismo nombre muchas variantes ortográficas: se impone la necesidad de algo más neutro, más inamovible, más clasificable (que somos muy ordenados, hombre!), más, cómo decirlo, contable.

Hoy, y cada vez más, hemos substituido nuestro nombre y apellidos por números.

Para hacienda, somos un NIF
Para la policía, un DNI
Para la seguridad social, otro numerito
Para el banco, un número de cuenta
Para la carnicería, el cliente con el número tal
Para la universidad, un login
Para los que tratan con blancas, un código de barras...

Hoy, más que nada, lo que nos identifica es una sucesión de caracteres alfanuméricos. De ahí que este blog no sea más que otro numerito identificador, tan o más válido que un nombre y un apellido.

Yo soy yo y mis numeritos.

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