miércoles, 21 de julio de 2010

El Anticatalanismo. Episodio IV: el sustituto del judío

Hola Lector(es) y/o Lectora(s),

Quisiera hoy dar cierta base intelectualoide, o si se me permite, cierta explicación del origen del anticatalanismo en la Península Ibérica.

Históricamente, Catalunya ha vivido fundamentalmente del comercio (sin dejar al margen la potente y singular visión agraria que fundamente la tradición catalana: "els pagesos seguen espigues d'or i cadenes"). Ya en la edad media se establecían los consulados de mar por toda Europa y el Mediterráneo. Donde hubiese un cruce de caminos, una oportunidad de negocio, una base comercial, allí había un catalán. Por tanto, el catalán fue (y es) uno de los pueblos más cosmopolitas de España, aunque jamás renuncia(ba) a su propio origen, allá donde fuere.

Con la expulsión de los hebreos de la Península Ibérica, el catalán substituyó en el imaginario flolklórico-tradicional español al judío, pues ambos pueblos eran asociados a los negocios, al dinero, comercio, préstamos... Por ello, no sólo despertó el odio de la clase más baja de la sociedad (campesinos, principalmente, ya fuese futro de las deudas contraídas o de la envidia) sino también de las clases dominantes de la nobleza e incipiente burguesía castellana, al ver a la catalana como una competente competencia. El odio, imposibilitado en su vertiente religiosa (los catalanes eramos tan o más cristianos que el resto, Moreneta mediante), se basaba en la impresión de la condición de semi-extranjeros (diferente país, diferentes leyes, lengua, pero súbditos del mismo monarca).

Por otro lado, el pancastellanismo, esa tendencia antiquísima de asimilación cultural, similar al panfrancofonismo o pangermanismo, se encuentra, durante toda la alta edad media y el renacimiento, con un formidable adversario que no se somete. Se asimila militarmente a Andalucía y Canarias, se hacen desaparecer las lenguas aragonesa y asturiana, se procede a una castellanización del gallego, se arrincona fuertemente a los testarudos montañeses vascos, se impone la cultura en toda hispano-américa... pero Catalunya resiste. No se amilana. Como si fuésemos Astérix y Obélix: los irreductibles catalanes. Durante siglos, se bombardea cada 50 años Barcelona, y cada cien se ocupa militarmente todo el Principado. Pero ni con esas es subyugada.

Por eso, la masa funcionarial de España (pongamos ya los siglos XVII, XVIII y XIX), frente a la barrera idiomático-cultural catalana, jamás se siente integrada y formante de una misma realidad social. Por otro lado, todo ese cuerpo burocrático-militar mesetario se percibe en Catalunya como ajeno a ella, como producto de la imposición y no de la normalización. Se crea la idea (no sólo en Catalunya) que el funcionariado castellano expolia y se lucra del esfuerzo de los otros. Incluso cuando las clases dirigentes catalanas hacen el juego a los percibidos como ocupantes, la sociedad catalana los tilda de botiflers, que, al caso, no es sino un sinónimo de mercenario.

La construcción de un estado ibérico bajo la base y bandera de Castilla hace que la noción (que no nación, que sería posterior) española sea considerada en la periferia como la antesala de una asimilación castellana. De ahí que Portugal sea Portugal, y no la Comunidad Autónoma de Portugal. Es la misma clase dirigente castellana la que utiliza, como azicate contra lo diferente, y como factor unificador en sus fronteras (militares, que no políticas), el odio hacia el musulmán y el judío, primero, y hacia el catalán, internamente, y el inglés y el francés, externamente, en períodos posteriores.

Así, naciones y regiones que debieran sentir o percibir cierta desconfianza por la potente Castilla, (por ejemplo, Andalucía) se unen (y después, se unifican) en masa contra lo diferente, que al caso, pasa por lo catalán.

Es extremandamente curioso que España, sin judíos confesos en su territorio desde 1492, sea uno de los países más antisemitas de Europa. Quinientos años después, los tópicos que derivaron en odio aún (per)viven intensamente en el imaginario tradicional cultural de la sociedad española. Nada hace preveer que el anticatalanismo desaparezca en pocos años de la mentalidad subconsciente española. Paseemos por la Gran Red para contemplar como, lejos de decrecer, y a pesar de una educación democrática-universal, parece que no hace más que crecer, en número y en intensidad.

La historia nos precede y nos condiciona. 

Yo soy yo y mis antecedentes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario