miércoles, 18 de agosto de 2010

El Anticatalanismo. Episodio V: Castilla, víctima y verdugo

Hola Lector(es) y/o Lectora(s),

Hoy continuaré con la saga intelectualoide ultra-aburrida que empecé hace unos días. Sé que alguno(s) pensará(n) que es un tostón insufrible. No lo niego. Pero a veces es necesario ciertas dosis de parrafadas para clarificar posturas. Es como desbrozar un bosque para evitar los incendios, o hacer poda para que crezca el árbol (hoy tocan metáforas arborícolas...)

Continúo el tema del anticatalanismo, orientado hoy a lo que conocemos como Castilla, esa antigua nación que se convirtió en imperio y estado, a base de (im)poner sobre el mapa su sentir, a la vez que traicionaba su sentido.

Castilla, antes de la "unificación" de los Reyes Católicos (que no Rayos Catódicos, esos son otros), conservaba una clara diferenciación cultural dentro de la Península. Con la derrota de los Comuneros, un intento de federalización del naciente Imperio Español, Castilla se sublimó en España y España adoptó Castilla como base cultural. En definitiva, fue un caso de síndrome de Estocolmo, puesto que España era más flamenca o austríaca que española.

Castilla no se enriquece con el Imperio, al contrario. Sólo es capaz de nutrir al Estado de militares, burócratas y religiosos, mientras que sus productos y riquezas eran consumidas internamente, en vez de utilizar sus amplias fronteras para exportar y expandirse económicamente, y sus impuestos se utilizarán para pagar las guerras imperiales en Flandes, Italia y Alemania.

Y ahí nace, en cierto sentido, la tírria al catalán. Castilla no tolerará que, habiendo ella renunciado a sí misma por el bien del Imperio, Cataluña se mantenga en sus trece y conserve su espíritu. Castilla, orgullosa de una de sus pocas conquistas en el nuevo Estado, que su idioma sea el oficial, verá en esta resistencia idiomática catalana un claro acto de rebeldía. Cualquier reivindicación será tomada como un ataque personal.

Y al poco, nace Madrid. Esa aldea castellana ensanchada a base de decretos, de villa y corte, y de monumentos, creerá ser una ciudad abierta al mundo, puesto que fue la primera en recibir a la inmigración rural (principalmente castellana), y así se descastellanizará progresivamente. Y Madrid, frente a su cosmopolitanismo, encontrará una tozudez que las provincias (y los provincianos) intenten conservar su idiosincrasia diferenciada. Y verá con recelo que la otra gran urbe de la Península, la Ciudad Condal, le usurpe, o intente usurpar, parte de ese protagonismo que los siglos (y los reyes) le han otorgado.

Así, Castilla no deja de ser un inmenso páramo con una gran fuerza centrípeta que es Madrid. Y todo aquello que huya del centro, se verá como una traición al bien común.

¿Porqué yo renuncié (se preguntará Castilla) a mí misma y ellos no quieren renunciar?

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