miércoles, 11 de agosto de 2010

El reflejo sardo

Hola Lector(es) y/o Lectora(s),

Después de un tiempo (corto, a mi pesar) sin escribir, fruto de unas muy merecidísimas vacaciones, recupero la actividad en este blog.

Alguno sabrá que esta desconexión del mundanal ruido la disfruté en la isla de Cerdeña. Y he descubierto una manera diferente de ser mediterranio. Los sardos, hoy italianos, tienen un carácter alejado al de sus compatriotas del continente; son, como buenos italianos, puntales en las modas de la vestimenta, pero conservan cierto aire rústico, pueblerino, diría alguno, que es debido, sin duda, a su endémica insularidad.

El sardo, paciente pero iracundo, ha sido invadido durante su historia por fenicios, cartagineses, romanos, bizantinos, árabes, pisanos y genoveses, catalanes y aragoneses, españoles, saboyanos y piamonteses... pero recuerdan y se enorgullecen de un (muy) pasado donde formaron una cierta unidad independiente, y que se atestugua con la inmensa cantidad de nuraghes (edificaciones megalíticas circulares) repartidos por la isla.

El sardo vive y come como un italiano cualquiera, aunque no abuse tanto de la pasta y la pizza, y se incline más por platos típicamente mediterranios. Deciros, por ejemplo, que la ensalada catalana (que es más un surtido de embutidos) se llamaba ensalada sarda.

El sardo, no acostumbrado aún a la reciente afluencia de turistas, es hospitalario y acogedor con los extraños, algo que no podemos destacar como principal virtud del italiano. El sardo habla sardo, poco, y habla italiano, y mucho, pero nunca lo oirás hablar otra lengua, ni tan solo inglés. Ni siquiera los jóvenes lo hablaban, para nuestro regodeo patrio.

El sardo de interior vive entre ruinas históricas de otros tiempos y ocupado con sus rebaños, especialmente, ovejas, de donde saca lo único exportable de la isla; sus lácteos. En cambio, el sardo de costa, especimen ocupador de sus múltiples playas, y envuelto de una capa de aceite para aumentar su (excesivo) bronceado, es el abanderado del dolce far niente, que contagia al visitante sin oposición alguna.

El sardo, por eso, tiene un defecto. Desconoce las normas de circulación. No respeta los límites de velocidad, las incorporaciones, los semáforos... Ignora lo que es un intermitente, salvo para el caso de adelantar a un vehículo; en este caso, pondrá el intermitente izquierdo hasta el fin del adelantamiento.

Jamás había visto tantos animales muertos por las carreteras; aves, gatos, perros, masas orgánicas indefinidas... Jamás, tampoco, había visto tantos ramos de flores en los postes, seguramente recuerdos de amigos y familiares de fallecidos en esas vías. Jamás pensé ver en un país europeo de primer orden autopistas con la calzada en tal mal estado.

Y el país, la isla, es (aún) un paraíso virginal mediterranio. Es un reflejo de lo que era nuestra costa a principios del siglo XX. O nosotros somos un reflejo de lo que será Cerdeña en un futuro no muy lejano. Y no sólo hablo del paisaje...

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