lunes, 13 de septiembre de 2010

Hablando en plata

Hola Lector(es) y/o Lectora(s),

Desde pequeñito, me ha gustado la lingüística. Me apasionaba conocer palabras nuevas, e incluso, cuando estas palabras carecían de sinónimos, era lo más parecido a encontrar un tesoro recóndito y perdido. Siempre hay una palabra que define exactamente lo que uno quiere decir, con el matiz justo y la perspectiva idónea. Por eso me molesta cuando la gente usa, más por pereza que por ignorancia, una palabra que no define exactamente el sentido de lo que se quiere decir.

Alguno habrá visto, alguna vez, programas del corazón. Últimamente se empeñan, comentaristas y entrevistados, en utilizar "incierto" como sinónimo de "falso". Incierto no significa que no sea cierto, significa que no se sabe con seguridad si es cierto o no. Por tanto, cuando a alguno de estos personajes, ante una acusación lanzada contra su persona, replican que "es incierto", no hacen más que sembrar dudas sobre su afirmación. Pero ellos, erre que erre.

Esto me hace recordar, auténtico cuerpo del artículo, en las empanadas mentales que, desde muchos lares intelectualoides mesetarios (léase, caverna mediática), tienen respecto a ciertos conceptos, que intentaré, modestamente, definir lo más acertadamente posible.

Por ejemplo, "autodeterminación" e "independencia". El derecho a la autodeterminación es un derecho universal que se otorgan los pueblos a sí mismos. Este derecho habla de que un pueblo, consciente de su singularidad, puede y debe decidir su futuro y su constitución sin injerencias externas. Independencia, por contra, expresa la voluntad de un pueblo en romper los lazos que le atan a otros pueblos.

Es decir, cualquier demócrata (de verdad) estará a favor del derecho de autodeterminación: se le da la voz al pueblo para que decida qué quiere ser. Donde radica la confrontación es en lo que entendemos como "pueblo", asunto del que hablaremos más adelante. Pero, en definitiva, un referendo de autodeterminación sólo tiene una posible lectura, dependiendo, claro está, de la pregunta.

Si se pregunta al pueblo "¿Quiere que X tenga el derecho de autodeterminación?" y éste responde afirmativamente, se entenderá que el pueblo decide que es soberano y puede y debe decidir él mismo sobre su futuro. No significa ni ruptura, ni cambio. Simplemente, el pueblo se otorga a sí mismo ese derecho.

En cambio, si se ejerce el derecho de autodeterminación (tener el derecho no implica ejercerlo), se consigue, entre otras cosas, la plena soberanía (es decir, la independencia). Por tanto, se puede preguntar al pueblo si "quiere el derecho de autodeterminación" o bien "si quiere la independencia" (si quiere ejercer el derecho). Por poner un ejemplo; España tiene el derecho de autodeterminación dentro de la Unión Europea, pero no lo ejerce.

Otro punto caliente son los conceptos de pueblo, país, nación y estado, confundidos hasta el hartazgo.

Un pueblo es lo más parecido a "sociedad" o "tribu"; un conjunto de gente que se siente parte de un grupo con los mismo lazos sociales y culturales. Podemos hablar de los pueblos arios, de los pueblos europeos, de los pueblos amerindios, del pueblo kurdo, etc. Existe, pues, el pueblo catalán, y el pueblo español, que no son excluyentes el uno con el otro.

Un país es una definición física más que política de un territorio con unas fronteras físicas bien definidas, que no tienen que ver necesariamente con sus fronteras políticas. Ejemplos; España, Catalunya, País Basco, etc... El caso de España, por ejemplo, como país puramente físico, se acaba en el mediterranio y en los Pirineos (Excluyo Ceuta y Melilla, incluyo Gibraltar). En el caso de Catalunya, las fronteras físicas (Pirineos, Ríos Noguera-Segre-Ebro, mar mediterranio) limitan más que las fronteras políticas (la Val d'Aran está en la otra vertiente del Pirineo).

Una nación es, literalmente, de la RAE:

1. f. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno.
2. f. Territorio de ese país.
3. f. Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.

España, hasta hace poco, no era una nación, en todo caso, una nación de naciones, o un país plurinacional. Hoy, podemos decir que existe una nación española, pero si afirmamos tal cosa, debemos excluir otras naciones que antaño formaban parte de la amalgama. No se puede formar parte de dos naciones (en su tercera definición), como no se puede ser hijo biológico de dos padres. Ahí está el moll de l'os. Si hablamos de España (recordemos que construida bajo la cultura castellana) como nación única, estamos excluyendo, por definición, a todo aquello ajeno o diferente a lo castellano.

Se podría coincidir en que existen varios tipos de naciones. Unas, más orientadas a la unidad cultural y histórica (Catalunya, por ejemplo) y otras, que aunque también tienen cierta unidad cultural, se las cita con un perfil más jurídico y legalizante, como bien puede ser la nación española (primera definición de "nación"). Por supuesto, para que quede claro, nación no implica, o debe implicar, tener un estado propio.

Por último, un estado es una entidad puramente jurídica, es el conjunto de órganos legislativos de los que goza un país o nación soberana. España es un estado. Catalunya no.

Resumiendo, un pueblo que habita un país puede ser una nación diferente a otra pero formar parte de un estado conformado por varios pueblos y naciones. Es el caso de Catalunya. Este pueblo, consciente de su entidad, puede reclamar para sí el derecho a la autodeterminación y, si procede, ejercerlo. Y ahora, que alguno de la Meseta (o del Baix Llobregat) me acuse de antidemocrático. Sólo defino palabras, como la RAE. No es culpa mía que el animal que maúlla sea un gato, ni que el soporte en el que escribo se le llame "mesa".

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